Los textos académicos sobre historia del libro cuentan que durante la Edad Media, cuando en Europa se escribía sobre pergamino y el papel aún no era sino un recurso exótico en manos de los árabes, esas finas láminas de cuero se utilizaban y reutilizaban hasta que la superficie del material se negaba a recibir un solo trazo de tinta más. Pues el pergamino (al menos el de buena calidad) se elaboraba a partir de la piel de terneros, generalmente neonatos. Y ese no era un elemento demasiado habitual en sociedades campesinas para las cuales una cría (y en especial una neonata) muerta era una verdadera desgracia, una pérdida terrible, y que por ende cuidaban el ganado mejor que a sus propios hijos.
En los monasterios, en donde se elaboraban, reproducían, traducían y transcribían los códices medievales, se economizaba pergamino, pues, reusándolo continuamente. Se raspaban los textos y dibujos previos, se lijaba la superficie (con piel de tiburón, pedazos de equiseto o arena encolada sobre cuero) y se volvía a escribir, a dibujar y a pintar. Ocurre que la naturaleza de las tintas de la época (potentes compuestos ferrogálicos o basados en minerales pesados, incluso tóxicos) hacía que el borrado completo fuera, sino imposible, al menos bastante difícil. Eso no impedía que los buenos escribientes monásticos deslizaran sus plumas sobre esas superficies una y otra vez. El resultado final se conoce hoy como palimpsesto (del griego "raspado nuevamente"): texto sobre texto sobre texto, en capas sucesivas que dejan ver, con un poco de esfuerzo, las anteriores.
[El fenómeno se dio asimismo con papiros egipcios, pergaminos de Asia menor, códices mesoamericanos de papel amatl y manuscritos de bambú indochinos. Los únicos que se salvaron del problema palimpséstico, por la propia naturaleza plástica del material, fueron las tablillas de arcilla mesopotámicas y las placas de cera grecorromanas].
No: en la Biblioteca, Archivo & Museo de la FCD no conservamos ninguno de estos valiosos documentos antiguos. Sin embargo, contamos con materiales que, con un poco de amplitud de miras, pueden ser considerados palimpsestos. Me refiero a los marcos (de cartón, de plástico, de metal, de vidrio) de algunas de las más de 17.000 diapositivas que mantenemos en nuestra colección audiovisual.
Algunas de las series que componen esas colecciones tienen unos 40 años, y fueron pasando de mano en mano y de responsable en responsable a lo largo de esas cuatro décadas. El autor original había colocado algunos datos esenciales en el marco de la diapositiva (generalmente una ubicación y un nombre), y sus sucesores fueron sumando elementos. En la mayoría de los casos pusieron códigos alfa-numéricos o numéricos que permitían la identificación del objeto, pero que, tras alguna reorganización, fueron tachados o cubiertos parcialmente de tinta blanca (de la usada para corregir los errores de las viejas máquinas de escribir) y alterados, en ocasiones más de una vez. Los nombres científicos también fueron corregidos, especialmente cuando el fotógrafo no era un científico y no estaba familiarizado con la escritura de los binomios latinos.
Otras veces se corregía la descripción o el lugar, dado que muchos autores o conservadores escribían en español a pesar de no ser hablantes nativos de ese idioma y, por ende, los errores ortográficos eran atroces. Hay alguna que otra pelea por la autoría, y en un par de casos, una autora que solía firmar con el apellido compuesto de casada borró el último elemento de su nombre para retornar a su designación de soltera.
Resulta innecesario señalar la variedad de colores, de tipos de bolígrafo y de caligrafías; la abundancia de sellos que se superponen a otros sellos; las fechas que corrigen otras fechas… Algunos marcos de diapositivas son un contubernio espantoso en el que es muy complicado poner cierto orden. ¿Qué datos son los más tempranos? ¿Cuáles son los confiables? Es preciso revisar otras fuentes para contrastar cada pedacito de información reflejada alrededor de la sensible película fotográfica.
Tras eso, uno puede intentar imaginar el largo proceso (un proceso de décadas) que llevó a ese marco a exhibir todas esas marcas: cicatrices de batallas que no desaparecieron y que seguirán contando su historia mientras logren permanecer ahí.