Autor: Edgardo Civallero, ex bibliotecario y archivero de la FCD
Allí estaban. Dos sillas blancas. Plegables. De plástico. Recostadas, ambas, contra la pared en un rincón del Museo de la Estación.
Ajá.
Honestamente, eran dos objetos cuya simpleza, su carencia de todo posible secreto y de toda historia interesante, me resultaban tan evidentes que jamás me molesté siquiera en tocarlos. De hecho, confieso que en algún punto del pasado reciente supuse que ni siquiera nos pertenecían: que serían elementos que le estábamos guardando a alguien. "Juntando mugre", como diríamos en mi tierra.
Hasta que llegó el momento de poner cierto orden en el desordenado espacio museístico y, al moverlas, decidido ya a quitármelas de encima para siempre jamás, descubrí que tenían adheridas sendas etiquetas en sus respaldos. Etiquetas que rezaban "Biblioteca – E. Knight".
No se las estábamos guardando a nadie: eran nuestras. Inventariadas por una "E. Knight", que no podía ser otra que Elizabeth.
Elizabeth "Betsy" Stiles Knight trabajó como bibliotecaria y archivista en la FCD allá entre 2010 y 2011, y luego estuvo un periodo corto de tiempo suplementario en 2013. A diferencia de otras colegas pretéritas, conozco su nombre y su rostro porque tenemos una foto-homenaje de ella en nuestra Biblioteca: Elizabeth no pudo ganarle la batalla al cáncer, que se la llevó en 2017. Y, otra vez diferenciándose de otras colegas pasadas, porque dejó detallados informes de su trabajo, textos con sueños y proyectos, y un buen número de tareas completadas. De hecho, si hoy tenemos un archivo histórico medianamente estructurado en la FCD es gracias a ella. Después de Gayle Davis, fue la persona cuya labor ha influido más en mi realidad actual como responsable de esta área de la Estación Charles Darwin.
Uno de los documentos de la gestión de Elizabeth que sobrevivieron y que llegaron a mis manos es un plan de reorganización del edificio que ocupa hoy el área de Biblioteca, Archivo y Museo. Es preciso recordar que ese edificio fue uno de los primeros en ser construidos en la Estación, en 1960. Cuando se inauguró la institución en 1964, era la casa del director. Recién a finales de los años 70, con la construcción de la actual vivienda directoresca, el espacio se asignó a la biblioteca y a las colecciones de historia natural. Lo que quiero decir con esto es que la construcción es histórica, patrimonial si se quiere, y no debería ser alterada, ni su estructura cambiada. El plan de Elizabeth, curiosamente, respetaba esa integridad histórica, reasignando los espacios por dentro...
...y agregándole una terraza flotante de madera por fuera, mirando al mar. ¿La imaginan? Porque yo llevo haciéndolo desde el día en que me hice cargo de la biblioteca de la Estación. Encontrarme, meses después de ese momento, con un proyecto de una de mis predecesoras que incluía una descripción casi literal de mi propia visión fue algo casi surrealista.
Esa era la "E. Knight" que aparecía en las dos sillas blancas olvidadas en una esquinita del Museo. Asumí que durante la organización de artefactos, colecciones y espacios que llevó adelante Elizabeth durante su trabajo en las islas se realizó un inventario, y que durante ese inventario aparecieron esas sillas y se rotularon con su nombre. Y ya. Fin de la historia.
Fue mi compañera de biblioteca, que lleva más de una década en el puesto y conoció personalmente a todos los personajes que han caminado la Estación en ese tiempo, la que me sacó de mi error. No, no era el fin de la historia.
Resulta que esas sillas pertenecieron originalmente a Gabriel López, el director de la Estación allá por 2009-2010. Él y su esposa las compraron para poder sentarse en el jardín de su casa (la actual casa del director de la Estación, ubicada a metros de la playa La Ratonera) y disfrutar del sol y de las nubes, y de la brisa marina, y de la visita de los pinzones y el paseo de las muchas iguanas que andan por los alrededores. Cuando abandonaron las islas, dejaron los blancos implementos plásticos en la biblioteca...
...para que, cuando ésta ampliara su estructura con una terraza exterior, las sillas pudieran ser usadas por los visitantes para leer al aire libre.
Fue así como me enteré de que la idea de ampliar la estructura bibliotecaria con una terraza (y adecuar el interior) no había sido de Elizabeth Knight, sino que venía de antes. De mucho antes, en realidad, como me terminaron indicando algunos documentos internos de nuestro Archivo.
Sea de quien haya sido la idea original, y sea cuando sea que ese proyecto se vaya a materializar, ya tenemos dos sillas tumbonas, blancas y de plástico, esperando recibir a aquellas lectoras y a esos lectores con ganas de sentarse a hojear un libro de cara al mar, bajo el azul o el gris del cielo galapagueño.
Dos sillas que llevan tres lustros esperando pacientemente un destino que, tal vez, no llegue jamás.