Autores: Samara Zeas y Paz Guillén Liger, tesistas.
A mediados del 2020, durante el último año de nuestra carrera de Biología, teníamos que elegir un tema de tesis. En ese momento, las dos teníamos un objetivo muy claro: combinar el trabajo de campo con trabajo de laboratorio. Consideramos varias posibilidades, unas más claras que otras, y tras varias semanas de intercambios de correos electrónicos decidimos investigar a una de las especies más emblemáticas de nuestro país, las tortugas gigantes de Galápagos.
Nuestro estudio es un convenio de colaboración entre la Fundación Charles Darwin (FCD) y la Universidad del Azuay (UDA), y formó parte del componente de salud dentro del Programa de Ecología de Movimiento de las Tortugas de Galápagos. A inicios de julio de 2021, con el apoyo de Ainoa Nieto Claudín (FCD) y Rodrigo Caroca (UDA), la aventura inició.
Nuestra investigación se enfoca en una de las dos especies de tortugas gigantes de la isla Santa Cruz, Chelonoidis porteri, especie que reside en el oeste de la isla. Encontramos que muchos de estos reptiles presentan un crecimiento blanquecino en su caparazón (como manchas blancas). Basadas en esta observación, nuestro trabajo buscó caracterizar estos microorganismos, mediante herramientas de biología molecular y microbiología.
Debido a que este es un campo de investigación relativamente nuevo, tuvimos que contemplar varias técnicas y procedimientos para realizar nuestras pruebas, lo que implicó priorizar más materiales de laboratorio que artículos personales al momento de empacar.
Ya en las islas, y conforme pasaban los días, nos adaptamos gradualmente al trabajo y a mediados de julio realizamos la primera salida de campo para recolectar muestras y comenzamos con las pruebas de la metodología.
En campo, fuimos afortunadas de poder admirar a las tortugas en su hábitat natural. Algo que nos encanta del trabajo de campo es que no importa cuántas veces vayas, siempre hay algo nuevo por descubrir; y aunque es verdad que las tortugas son animales “grandes”, al ver una cría comprendes lo frágil que puede llegar a ser la vida silvestre.
Conforme recolectamos los raspados de caparazón para su procesamiento en el laboratorio, nos dimos cuenta que uno se vuelve creativo, y Galápagos te exige ser muy creativo para utilizar correctamente sus recursos. Experimentar, es sin duda una parte importante de la ciencia, que en función de nuestros objetivos y con algo de paciencia nos permitió perfeccionar los procesos.
De regreso en el laboratorio, primero extrajimos el material genético (ADN) a partir de las muestras recolectadas. Usamos técnicas de biología molecular y microbiología, para obtener muestras de ADN de buena calidad y de manera más limpia posible, es decir sin contaminantes, con la finalidad de que se preserve su integridad.
Tras un par de pruebas de la metodología, desarrollamos un protocolo eficaz de extracción. Seguimos con el procesamiento de las muestras en una PCR (Reacción de la Cadena Polimerasa, por sus siglas en inglés), que nos permite estudiar y analizar la molécula de ADN con mayor detalle.
Después, purificamos las muestras para eliminar una gran cantidad de contaminantes (proteínas, enzimas, detergentes, sales y lípidos), que pueden alterar los resultados de la investigación.
Cultivamos en cajas petri los microorganismos colectados de los raspados de los caparazones, para identificar hongos y bacterias. Esto nos permite conocer las condiciones ambientales de crecimiento y/o preferencias de estos microorganismos. Durante esta etapa de crecimiento, lo que comenzó como un “experimento sencillo” se transformó en un proceso que demandó gran parte de nuestro tiempo. Identificamos más de once colonias, entre hongos y bacterias, diferenciando características morfológicas (formas, colores, texturas), sus estructuras más minúsculas (gracias a un proceso de coloración que ayudó a revelar su forma), la manera de agruparse, la estructura de sus células y también su tamaño.
Los resultados moleculares y microbiológicos muestran 8 géneros y 7 especies de microorganismos, entre hongos y bacterias. Tanto en el caparazón con manchas blancas como en el caparazón sano, los microorganismos aislados corresponden al entorno en el que habitan las tortugas gigantes, a excepción de Aphanoascella galapagosensis, que se encuentra presente en el 66.7% de caparazones blanquecinos y está ausente en el caparazón sano. Es decir, el hongo A. galapagosensis es la principal causa de las manchas blancas en el caparazón de las tortugas de Santa Cruz (C. porteri). Esta información forma parte de la primera línea base de microorganismos presentes en el caparazón de las tortugas terrestres de Galápagos.
Ha sido una experiencia de vida muy gratificante y estamos muy agradecidas con las personas que hicieron posible nuestra investigación. Esperamos regresar pronto y apoyar a la investigación para la conservación de Galápagos.