Sacar la diapositiva de la hoja plástica, que almacena en orden otras diecinueve. Echarle un vistazo a las notas apiñadas en los bordes del marco plástico (o de cartón, o de vidrio, o de metal), a veces garrapateadas directamente sobre el material, a veces escritas sobre etiquetas que a duras penas se sostienen allí, a veces mecanografiadas en pedacitos de papel pegados con cola o con una cinta adhesiva que ya tiene un preocupante color marrón...
...y luego mirar la imagen a contraluz para intentar adivinar en qué sentido se está sosteniendo la fotografía, al derecho o al revés, cabeza arriba o cabeza abajo...
...y a continuación colocarla sobre aquel artilugio de los años 60, recuperado de un rincón del Archivo en donde algún brillante colega pretérito lo guardó porque sabía que en algún momento del futuro sería útil: una caja metálica con una superficie plástica blanca, fina y traslúcida bajo la cual un par de lámparas iluminan con toda su potencia...
...y acercar el rostro a la diapositiva, y poner entre el ojo derecho y la película aquel otro artilugio, igualmente heredado e igualmente hallado en el Archivo, una suerte de lente de aumento enorme...
...y solo entonces, y recién entonces, descubrir la imagen.
Y darme cuenta de que en mi lugar hubo un día —hace años, hace décadas— alguien que tuvo delante eso que yo estoy viendo ahora, en vivo y en directo, y decidió plasmarlo, guardarlo más allá de sus retinas para que otros pudieran ver lo que ella o él estaban apreciando. Para que esa imagen, y la historia que la foto representaba, no se perdieran.
Porque siempre hay una historia detrás de una imagen: eso es algo que sabemos todos aquellos que nos dedicamos a preservar el pasado y el presente para que el futuro pueda conocer nuestras andanzas. No importa si es la instantánea de un paisaje o una simple y melancólica foto-carnet: en esos cielos, en esos ojos, en esos animales, en esos grupos de amigos que se abrazan y sonríen a la cámara, hay una o varias historias.
Y en ocasiones —en contadas ocasiones— la imagen es el resumen de una larga historia, o de la suma de muchas de ellas.
Es el caso de la fotografía que estoy compartiendo con esta carta: una diapositiva que rescaté hace un tiempo de una de las carpetas de la colección audiovisual de nuestro archivo, y que me dejó con la cara pegada un largo rato al lente de aumento y a la pantalla luminosa, sonriendo, hasta que el calor de las lámparas me hizo apartar el rostro.
Entre los miles y miles de diapositivas que ya hemos revisado para preparar el programa de digitalización de nuestros fondos audiovisuales he encontrado numerosas imágenes que recogen distintos momentos del programa de cría de tortugas gigantes en Galápagos, e inmortaliza a muchos de sus artífices, participantes y colaboradores, tanto del Parque Nacional Galápagos como de la Fundación Charles Darwin.
Pero creo que esta condensa en sí todo ese programa, todo ese proyecto, todas las ideas que impulsaron ese trabajo, todos los deseos que le dieron alas. Ver esa pequeñez encima de esa enormidad, y saber que gracias a nosotros, a nuestra labor, la primera podrá tener al menos una oportunidad de convertirse en la segunda, es absolutamente emocionante.
Es toda una historia de esperanzas y esfuerzos —y la promesa de otra historia, la de una vida tortuguesca en algún paisaje galapagueño— metidas en un colorido rectángulo de film de tres por cuatro, y almacenadas con miles de otras historias que esperan a ser descubiertas, recordadas y revividas...
...para convertirse en eslabones de otras historias, que quizás sean recogidas en otras imágenes.
[La diapositiva, cuya autoría aún no ha podido ser confirmada aún, fue utilizada en un programa de la WWF titulado "Galapagos: The islands at the end of the world", y formaba parte de aquellos conjuntos de diapositivas que, junto a un guion escrito y, a veces, varios casetes de audio, eran distribuidos por la organización hace al menos 40 años con fines de educación y concientización ambiental].